Tuesday, August 26, 2025

Bacalao del recuerdo


Acabo de comer sabrosamente un platillo que preparé a la diabla con lo que tenía a mano. Mientras lo saboreaba me vino a la memoria, vívida, una anécdota de hará unos cincuenta años atrás gozada en la que fue mi última visita a Barcelona.

Bajaba yo de vuelta de haber estado toda una mañana en el Parque Güel sufriendo la delicia de lo inexplicablemente bello y evocador de lo que no se ha vivido nunca pero se lo siente como algo propio que se evade en lo inasible.

Era verano y la experiencia estética y el sol de la primera tarde me doblegaban a tal punto que sentí la urgencia de entrar en un pequeño local, entre bar y cocinería, a beber algo y a descansar en el sopor del humor decaído. 

Me senté a la barra. Frente mío, la dueña del local, casi anciana, se preparaba a cocinar. En una paella al fuego se puso a sofreir algo que supuse serían los ingredientes del característico sofregit catalán del que yo no sabía los detalles aunque sí el aroma y su efecto en lo que se come. Me dejé ganar por la quietud de la cocina, fascinado por lo que la mujer hacía con esa sabia calma dichosa del milenario ritual culinario.

La miraba con la curiosidad del aprendiz que desde niño fue aprendiendo el arte de cocinar en la muda, absorta observación de la vieja cocinera que a las órdenes de la abuela preparaba platillos que evocaban el pasado. Me sorprendió verla cortar con tijeras trozos de un bacalao salado y seco que iba tirando a la paella donde acabó preparando milagrosamente un arroz que, sin tapar, fue despertando mi apetito de resucitado. 

Le pedí que me sirviera un poco y comí como recordaba haber comido de niño bajo la mirada del cariño,

Memoria inolvidable de una Barcelona ancestral que no sé bien por qué no he visitado de nuevo.



Wednesday, February 26, 2025

Polenta y pajaritos



No todo recuerdo de comidas de la infancia son gratamente nostálgicos: hay algunas de hace tanto que han dejado un regusto desagradable, como es el caso de una experiencia culinaria perturbadora tenida en casa de un amigo de familia de gastrónomos. Éramos los dos afortunados degustadores de las estupendas recetas de nuestras respectivas cocinas de ancestrales secretos del comer delicioso. 

Hubo, sin embaNrgo, una excepción a lo deleitable. Y fue la muy anunciada “polenta e uccelli” a la que se me invitó, sabiéndome curioso de sabores nuevos, para impresionarme. 

Y de veras me impresionó el convite. 

A la mesa llegó el aplaudido manjar que, de solo verlo, me quitó el apetito.


Sobre la dorada perfección de la polenta yacían en mi plato, como víctimas de una tragedia atroz, los cuerpecitos asados de varios pajaritos diminutos, cuya pequeñez resaltaba lo tremenda que en ese momento me pareció la barbaridad de devorar cuanto ser vivo existe.

Como todo animal carnívoro, nos alimentamos de otros animales sin pensar en lo brutal del ciclo alimentario natural que hace del más débil presa del más fuerte. 

En el caso de la “polenta e uccelli”, delicadeza de la comida del norte de Italia, el débil me pareció demasiado débil y demasiado sibarítico el regusto de comérselo.