Esta no es una receta, es una travesura. Nunca olvidaré mis veranos en mi pueblo natal, San Pedro de Gaíllos, en Segovia, España.
Como soy hija única me fascinaba pasar los veranos allí con mis abuelos, tíos y primos. Durante el año escolar en Madrid, donde me crié, no podía culpar a nadie si hacía algo vedado, pero en el pueblo era otra cosa. Por eso me encantaba las vacaciones allí.
¿Habéis probado alguna vez garbanzos
verdes? ¡Son deliciosos! Por las noches, después de cenar, mis primos y
yo andábamos carretera arriba, a la Cuesta de los Morales, y nos adentrábamos
en los verdes garbanzales para comer garbanzos verdes. Era nuestro postre. Qué bien ‘sabía’ arrancar matas, desvainar
los garbanzos y comerlos. Son como los
guisantes pero mejores. Un poquito
duros, pero no mucho; un poquito dulces, pero no mucho, son perfectos.
Como éramos todos cómplices siempre creíamos,
sobre todo yo, que podíamos culparnos unos a otros. Pues no, no era así. Los garbanzos verdes se abonaban con salitre,
lo que causaba un gran problema. Nuestros mayores siempre sabían que andábamos a garbanzos pues todas
nuestras ropas y alpargatas presentaban unas manchas que eran muy difíciles
de quitar, incluso con continuos lavados. ¡Y lo peor era que yo no podía
culpar a nadie: mi ropa también estaba manchada! Aún me acuerdo de un lindo vestido--que me había hecho mi tía modista--que volvió a Madrid con las dichosas manchas que nunca se pudieron quitar.
A pesar de las manchas nunca nos
castigaban pues todos los chicos del pueblo comían garbanzos verdes y hubiera
sido muy difícil castigarlos ya que ayudaban, mucho o poco dependiendo de
su edad, en las labores agrícolas.
Si
tenéis alguna vez la ocasión de comer garbanzos verdes no la desperdiciéis: son deliciosos. Aunque la gente dice que dan dolor de
barriga, ¡nosotros nunca lo tuvimos!
¡Buen provecho!
¡Buen provecho!
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