Con tanto ruido
como el que hay aquí nadie se ha dado cuenta del que habla a solas. Tal vez
porque estamos todos hablándonos a solas; a gritos, pero a solas.
Vamos llegando
en grupos, los que se forman al salir unos de las oficinas del ministerio, otros
del banco del estado, de los tribunales, otros. Llegamos ya enfrascados en la
aparatosa discusión de nimiedades del oficio y se llena de nuestras voces el
local. Un local lleno de afanes, dijo alguno. El sitio de la palabrería
ingenua. Y entre nosotros, inadvertido, habrá de llegar también el que se
sienta a veces en el bar a veces en una de las mesas del rincón, las cercanas a
los baños, y se pone a perorar como si conversara con las tres sillas vacías,
si en la mesa; con el vacío a su lado, si en el bar. O habrá llegado antes que
nosotros y nos habrá esperado en silencio para no hacerse notar.
--Que va—me dice
el dueño del bar, el tipo éste que se las dio de actor de cine y hoy anda de
mesa en mesa y detrás del mesón buscando la atención que no ha conseguido
nunca. --Si prácticamente vive aquí. Aquí se las pasa todas las tardes, habla
que te habla, como si tuviera uno de esos aparatos encajado en la oreja. Viejo
loco.
--¿Y quién
es?—le pregunto.
--Quien sabe—y
no le importa. --Venía con el local cuando lo compré--. Se ríe.
Desde donde
estamos conversando, acodados en el mesón, lo veo en su rincón—no lo
oigo—hablándole a nadie o a todo el mundo. Nadie parece verlo, todo el mundo lo
ignora. O así parece. Frente suyo, en la mesa, una copa de algo, medio vacía.
--¿Qué bebe?
Le pido uno. Recordé que mi padre, ya muy viejo, me pidió un día, poco antes de morir, que viniera a este bar y me tomara uno en su nombre. “Es donde mejor los preparan”, me dijo, como justificando su pedido. Y sí, me lo habían servido en una copa igual a la que ahora, como la de la mesa del que habla a solas, me pone al frente el gárrulo y atento dueño de este bar de larga historia.
Hermoso objeto
la copa a la luz compleja de un local que se define por sus gratas penumbras
artificiales. Deleitable preparado el que sostiene sobre su pedestal casi
invisible de cáliz votivo. Esa vez me llevé la bebida a la boca con la
exagerada solemnidad de una emoción que no me conocía. Sorbí apenas la delicia,
como si sorbiera una dulzura que recién afloraba desde la memoria de años
olvidados a la fuerza. El aroma del alcohol fue el de la mejilla de mi padre
cuando la besé por ultima vez un día en que sentí que ya no era un niño. Bebí
como él había bebido.
--¿Está bien?—me
había preguntado el barman.
--Se ve bien--.
La copa con su oscuro tónico era exactamente igual a la de entonces, pero ya no
me tembló la mano al llevármela a la boca.
Cómo preparar un bitter batido:
Cómo preparar un bitter batido:
|
- Preparación:
En una coctelera, mezclar y batir bien todos los ingredientes. Servir en copas de cuerpo largo y aflautado.
|
¡Gran historia! Me hace recordar a mi padre quien también gustaba del Bitter Batido. Pediré a un amigo que tiene buena mano para los cocteles que me prepare uno siguiendo la receta.
ReplyDelete