PIZZA VERDE EN ALMATY EN LOS AÑOS NOVENTA
Disfrutando de una muy buena pizza vegetariana hecha en casa con una buena salsa de tomates, un excelente queso y múltiples verduras frescas recordamos una anécdota de hace un buen tiempo atrás, en Almaty, Kazakstán, poco después de la Unión Soviética, por allí a mediados de los años noventa, que se ha quedado grabada en la memoria.
Almaty es una ciudad muy bella y antigua, fundada por los siglos IX-X de la Era Común. Era la capital en los tiempos de nuestra anécdota, pero en 1997 la capital política y administrativa se trasladó a Astana y Almaty continúa como la capital financiera. El diseño de la ciudad, se me explicaba entonces, era esencialmente un modelo soviético. Grandes avenidas que servían también de comunicación y desplazamiento militar. Muchos árboles que hacen de la ciudad un placer de ver y de caminar. Grandes plazas, con fuentes de agua y muchas estatuas, algunas verdaderamente impresionantes. Enormes bloques de apartamentos habitacionales, muchos con locales de ventas y servicios en la planta baja.
La economía urbana en ese entonces crecía informalmente a base de kioscos donde se vendía de todo lo básico: pan, cigarrillos, jabón, vodka. Estaban uno al lado del otro y algunos de los comerciantes vivían en ellos. Poco a poco nuevos locales se abrían ofreciendo delicadezas a medida que el intercambio comercial y las comunicaciones se incrementaban. Los días estaban contados para los kioscos informales.
Era
verano, gran sol y con mucho calor. Venía de caminar por las grandes avenidas y
de disfrutar del Parque Panfilov con sus flores ordenadas. Gentes descansando y
niños jugando. Algunos veteranos de la Segunda Guerra Mundial con sus uniformes
y medallas con acordeones tocaban nostálgica música soviética de la época de la
guerra. Vendedores de helados y dulces. Había visitado una vez más la Catedral
Ortodoxa Zenkov que está en el Parque, y que es del siglo XIX y una de las
estructuras de madera más altas del mundo y recientemente renovada en esos
años. Una maravilla.
Dejando atrás el Parque me topo en mi caminar con una pequeña pizzería. Gran novedad en esa parte de la ciudad. Pregunto si tenían cerveza y por supuesto la anunciada pizza, y se me contestó que "Sí", con delirio. Llegó la cerveza, bien fría. Tuborg, importada de Alemania, gracias a la panza de los aviones de Lufthansa que por entonces, a mediados de los 90, venían llenos de novedades de todo tipo, la mayoría alemanas.
Luego
de un largo rato y otra cerveza vino la pizza. Una pizza colorida, con mucho
verde pues estaba cubierta de eneldo. Dadas las circunstancias, decidí
hacer de tripas corazón y atacar la pizza. El pan de la pizza era grueso y no
del todo cocinado y con mucha sal, daba la impresión. La salsa de tomate
bastante ácida provenía de un pomo de incógnito origen, al parecer local. El queso, también de dudosa
procedencia, derretido y de color medio blanquecino. Encima algunas
cebollas y cantidades industriales de eneldo. No me llamó la atención,
ya que el consumo de tal hierba en esa parte del mundo es alucinante. Lo ponen en
todo y en cantidades. Al parecer se le atribuyen propiedades reproductivas.
Al
entrar en la segunda tajada de la pizza verde me siento mal, con una sensación
de rechazo total a la pizza y al eneldo. Siento como una reacción alérgica en
la cara y las manos. Picazón. Enrojecimiento. Creo morir. La única solución es más
cerveza. Al final, los síntomas van decreciendo y no pasó nada mayor, pero el shock psico-somático persiste en mí hasta hoy, así como la historia de la pizza verde
que viene a la memoria cada vez que como pizza.
Hoy
Almaty es una gran ciudad, muy moderna, con estupenda cocina, y muy buenas
pizzerías, pero la pasión por el eneldo continúa y no hay sopa, pizza o
ensalada sin él.
Pero mi
vieja historia me enseñó que desde entonces, eneldo jamás. Como regreso a
menudo por esos lugares amantes de ese condimento, me he aprendido el nombre del mismo en varios idiomas para asegurarme de que mi plato esté libre de
contaminación enéldica.
© Hernan L. Fuenzalida-Puelma, 2017
Buena cosa Hernán. Pero a pesar de la desventura, recuerdo que sigue siendo un admirador de la buena pizza!. Saludos y gracias por compartir. Fernando
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